La identidad lésbica | Alicia Sánchez

Por Editorial - abril 06, 2018


Lesbianas integrantes de LAVENDER MENACE sujetando carteles con la consigna "The women's movement is a lesbian plot!"


La identidad lésbica se caracteriza por la confluencia de dos opresiones: se trata de mujeres que no son heterosexuales. Históricamente la identidad lésbica se comienza a articular compartiendo luchas y enfoques con el movimiento de liberación homosexual y el feminismo. La misoginia del movimiento de liberación homosexual propicia que numerosas lesbianas, a partir de los años veinte, nos centremos en el movimiento feminista. Así, durante los años setenta y ochenta surge el feminismo lésbico. Pero, a partir de los años noventa, la necesidad de cambiar la legislación para que esta recogiese los derechos de la comunidad homosexual, las agresiones hacia los gays y las lesbianas y el SIDA provocan que las lesbianas nos integremos en colectivos gays. Actualmente, apenas hay grupos autónomos de lesbianas-feministas, y los que hay apenas tienen presencia. Dentro del movimiento feminista tampoco se reinvindica, generalmente, la sexualidad lésbica. El lesbianismo se ha convertido en una escisión de la homosexualidad masculina, subsistimos como grupos dentro de los grupos gays, y ha llegado la hora de plantearse esta postura. Cherlyl Clarke, lesbiana feminista afroamericana a finales de los años ochenta escribió:

Ser lesbiana en una cultura tan supramachista -capitalista- misógina- racista-homofóbica e imperialista, es un acto de resistencia, una resistencia que debe ser acogida a través del mundo por todas las fuerzas progresistas… La lesbiana, esa mujer "que ha tomado a otra mujer como amante" ha logrado resistir el imperialismo del amo en esa esfera de su vida. La lesbiana ha descolonizado su cuerpo. Ella ha rechazado una vida de servidumbre que es implícita en las relaciones heterosexistas/heterosexuales occidentales y ha aceptado el potencial de la mutualidad en una relación lésbica, no obstante los papeles. (Clarke, 1988).

Es necesario, a causa de la invisibilización en el movimiento LGBT y en el feminismo, apoyar una propuesta revolucionaria para la libertad: el lesbianismo feminista. Así, se defenderá la autonomía lésbica frente a los diversos fenómenos que caracterizan los movimientos progresistas actualmente, y para ello se reconstruirá históricamente el feminismo lésbico, y los motivos que propiciaron el surgimiento de este movimiento social. También se mostrará por qué la pérdida de autonomía lésbica y la cooptación política de las lesbianas es un error que contribuye a la invisibilización y a la despolitización.

La construcción de una autonomía política y teórica por parte de las lesbianas desde principios del siglo XX propicia el nacimiento del lesbianismo feminista en la década de los setenta. Durante estos años la reivindicación de las identidades oprimidas se convierte en un cometido político fundamental. Los disturbios de Stonewall producidos en Nueva York por el acoso policial a la comunidad homosexual supusieron un aglutinante de las pequeñas organizaciones homófilas que habían estado funcionando hasta entonces. Gracias a estos sucesos, y al ambiente revolucionario de la época, el movimiento homosexual crece de manera exponencial. Este busca la consecución de ciertos derechos para este colectivo, y por desgracia, no atiende a la misoginia que también afecta a las lesbianas, por lo que la homosexualidad se convierte en una orientación neutra, es decir, convierte ser mujer u hombre homosexual en lo mismo. Las diferencias en la visibilidad y en el menor número de lesbianas muestran que género y sexualidad atraviesan las diferencias entre los dos. Por ejemplo, uno de los principales problemas a los que nos enfrentamos las mujeres lesbianas es nuestro ocultamiento y nuestra no existencia a lo largo de la historia. Todos conocemos la anécdota de la reina Victoria negándose a imponer una ley que prohibiera el lesbianismo, porque no podía concebir la existencia de eso. Esta discriminación se debe a la concepción de la mujer como un ser inferior al hombre, al falocentrismo y al androcentrismo. Más adelante mostraré por qué esto no es beneficioso para nosotras y por qué el movimiento gay contribuye a esta invisibilización. Además, que la sexualidad se entienda como el problema principal de las lesbianas influye en nuestra marginación en los debates feministas. 

A causa de estos aspectos y del impacto del feminismo de la segunda ola en los años setenta el lesbianismo feminista comienza a brotar. Esta ola feminista ya no busca la igualdad dentro del patriarcado. De hecho, numerosas feministas comienzan a reinvindicar la diferencia sexual y a afirmar que la desvalorización de lo femenino se debe al patriarcado. Así, las mujeres se comienzan a organizar en colectivos, en los cuales el cuerpo y la sexualidad son pilares centrales. También se analiza el matrimonio como una institución patriarcal y a la heterosexualidad como un sistema de opresión para las mujeres. Por lo tanto, las mujeres lesbianas tendremos cierto protagonismo dentro de este movimiento de liberación. El lesbianismo, a partir de este momento, aporta al feminismo una visión más analítica y una acción política más radical, ya que examina la heterosexualidad como un sistema que oprime a las mujeres social, económico, cultural y simbólicamente, manteniéndonos sumisas. Como dice Yuderkys Espinosa: “Negar u ocultar el nexo entre la política lesbiana o a la política feminista sería negar nuestra propia historia nuestra propia refundación” (Espinosa: 2004:1).

Pintura de Gerda Wegener (1885-1940), pintora e ilustradora lesbiana de Dinamarca.
Aún así, existían tensiones entre las mujeres heterosexuales y las lesbianas. El separatismo surge como una necesidad para las mujeres lesbianas, a causa de un feminismo que entendía a las mujeres como un grupo homogéneo representado por la mujer blanca, de clase alta y heterosexual. El fortalecimiento de este movimiento propicia que surjan numerosos grupos de lesbianas feministas con vinculaciones políticas y teóricas con otras luchas sociales, la salida del armario de numerosas lesbianas y la creación de una auténtica cultura lésbica.

En los años noventa dos fenómenos propician un cambio en la política lésbica: la institucionalización del feminismo y la aparición de un lugar de articulación para las llamadas minorías sexuales. En annual del Barnard College de 1982, Gayle Rubin, lesbiana y feminista liberal, propone la alianza de las minorías sexuales. Este análisis termina en la reducción del lesbianismo a una sexualidad distinta, El movimiento lésbico pierde su autonomía al entrar en el movimiento LGTB, que en numerosas ocasiones termina dominado por el consumismo y la despolitización. Esto se observa, sin ir más allá, en las marchas del orgullo. Por ello, numerosas feministas radicales y lesbianas analizamos la diversidad sexual como un concepto que desestructuraliza, y defendemos la autonomía lésbica, aunque sean necesarias las alianzas políticas con otros grupos sociales subalternos.

La diversidad sexual es un concepto desestructurador y fragmentador cuyo propósito es quebrar las "identidades" (políticas) que han cohesionado a los pueblos, de países del Tercer Mundo, comunidades indígenas y étnicas, la clase trabajadora, las luchas revolucionarias, las mujeres y sobre todo a las lesbianas- feministas. (Castro, 2004)

Además, la alianza con hombres para conseguir unos fines políticos comunes implica que el movimiento acabe dominado por estos y que estos fines en común se centren en ellos. Aunque no sean heterosexuales, han sido socializados como hombres y el patriarcado les otorga privilegios. Hechos como estos unidos a la invisibilidad que afecta las lesbianas provoca que se ignore que lesbianas y gays somos distintos y tenemos diferentes experiencias, y, por tanto, termina que las estrategias para superar la discriminación a la que estamos sujetas las lesbianas se realicen en cuanto al modelo de la homosexualidad masculina. No podemos adherirnos a las estrategias del movimiento gay ya que lleva a que nos encontremos marginadas en lo que pensábamos que iba a ser nuestro movimiento de liberación.

El movimiento a favor de la diversidad sexual mayoritariamente se convierte en un movimiento de tolerancia hacia lo diferente. Esta lógica propicia que se siga asumiendo el paradigma heterosexual como lo legítimo y desde donde se debe tolerar lo no-heterosexual. Las sociedades y las empresas se vuelven tolerantes de lo diferente, porque lo contrario está mal visto, aunque ello no acaba con la discriminación ni propicia un análisis a fondo. Actualmente, incluso se admite en el colectivo LGBT a los practicantes de BDSM, a los fetichistas, poliamorosos… Y, por tanto, también surge un problema con la noción de minorías sexuales implícita, ¿están los pedófilos en el colectivo LGBT también?

En conclusión, a causa de ser un movimiento dirigido por hombres, despolitizado y desarticulado, no cuestiona generalmente las bases fundamentales en que se sustenta el patriarcado. Esto provoca que se luche por el reconocimiento y la “igualdad de derechos” en un sistema patriarcal y capitalista, lo cual conduce a la institucionalización y a la burocratización. Por ejemplo, se crean modelos de relaciones normativos: el matrimonio se concibe como un objetivo político fundamental, institución que reproduce la explotación de las mujeres.

A causa de este movimiento LGBT surge desde la academia norteamericana lo queer, que es una propuesta postmoderna que cuestiona los géneros y las identidades. Este movimiento presenta un género despolitizado y, como consecuencia, las relaciones de poder desaparecen de su análisis. Además, ignora cómo el sistema género afecta de manera diferente según se sea hombre o mujer, y según la raza o la clase, contribuyendo a una mayor invisibilización del colectivo lésbico. Ser lesbiana comienza a entenderse como esencialismo, ignorando la carga política que tiene esto, cómo sirve para articularnos fuera de la lógica masculina. Por lo tanto, el movimiento lésbico, inicialmente revolucionario y feminista, queda sujeto a un discurso neoliberal y patriarcal.

Ante esto y el crecimiento del neoliberalismo, es necesario volver a retomar las bases revolucionarias y anticapitalistas del lesbianismo feminista, el cual proponía un análisis sobre cómo el patriarcado, el racismo y el capitalismo afecta nuestras vidas. Tenemos que retomar el lema de “lo personal es político”. No podemos entender el amor y la sexualidad como una cuestión del ámbito privado, sino mostrar cómo estas cuestiones nos afectan, cómo las creamos como sujetos políticos, y cómo, además, las podemos utilizar para afectar al mundo, de manera que todos los grupos subalternos podamos vivir libres y con autonomía. Debemos preguntarnos cuál es nuestro objetivo: ¿un mundo que nos tolere por ser diferentes a la norma o un mundo donde no exista la opresión?

Alicia Sánchez es feminista radical y lesbiana. Nació el 20 de julio de 1998 en A Coruña, Galicia. A los dos años de edad se fue a vivir a Chicago por el trabajo de sus padres, donde residió hasta los siete años. Desde entonces vivió en Galicia hasta cumplir los 16, que volvió a los EEUU con una beca para estudiar primero de bachillerato. Cursó primero de Bioquímica en Madrid, y este curso se cambió a Estudios Ingleses en la Universidad Autónoma de Madrid.

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