Nadia Murad y la violencia sexual en las guerras | Paula Doce

Por Paula Doce - noviembre 04, 2018

Nadia Murad recogiendo el premio Sájarov.

El 5 de octubre de este año se otorgó el premio Nobel de La Paz a dos personas dedicadas a la lucha contra la violencia sexual hacia las mujeres en los conflictos bélicos. Una de ellas fue el ginecólogo congoleño Denis Mukwege, quien desde 1998 cura a las mujeres que han sido violadas en la República Democrática del Congo. La mujer que ha recibido el premio junto a Mukwege es Nadia Murad, activista internacional que, desde que consiguió escapar de las manos del Daesh en 2014 no ha parado de luchar para que la Justicia Internacional actúe contra sus abusadores.

En agosto de 2014, Nadia fue secuestrada junto al resto de mujeres de su población por el Estado Islámico. Era una joven de 19 años de un pueblo del norte de Iraq llamado Sinjar donde la religión que se practica es el Yazidismo. Se trata de una religión preislámica que no aparece en las escrituras y cuyo número de creyentes se ha visto reducido por la islamización obligatoria en las regiones donde habitaban los kurdos. Ahora, la zona donde más fieles viven es cerca de Mosul, cerca del pueblo de Nadia.

En 2016, permitió que el programa HARDtalk del canal de noticias BBC le hiciera una entrevista, donde explicó con detalle los abusos y humillaciones a las que ella y sus compañeras mujeres se habían visto sometidas durante la guerra. Nadia cuenta que el Estado Islámico llegó a su población en 2014 iniciando un proceso de aniquilación en masa de los que allí vivían. Sus razones eran religiosas. Explica "para ellos somos kufar, infieles, porque no somos una religión del libro. Antes del ISIS, Al Qaeda atacó nuestros pueblos en 2007 con camiones suicidas y cientos murieron. No es la primera vez que nos atacan por nuestra religión".
A los hombres los asesinan, a los niños los trasladan a campos de entrenamiento paramilitar para que reciban formación, y las mujeres y niñas son secuestradas para ser utilizadas o vendidas como esclavas sexuales en las regiones vecinas. El rango de edad de estas mujeres, contaba Nadia, iba desde los diez o doce años, a los cuarenta; a partir de esa edad son asesinadas.
Unas trescientas mujeres de Sinjar fueron trasladadas a Mosul donde los hombres de ISIS las seleccionaron para llevárselas unos días a sus casas. Muchos de ellos estaban casados y tenían familias, "pero no parecía importarles lo que [sus padres y maridos] hacían". Nadia intentó escapar de la casa del hombre que la secuestró, quien la había violado varias veces a lo largo de los días que pasó con él; pero soldados del Estado Islámico se percataron de su huida y la encarcelaron. Su castigo, a parte de la prisión, fue ser golpeada, quemada y violada masivamente por todos aquellos que perteneciesen a ese campamento o cuartel militar.

Su experiencia como esclava sexual y víctima de guerra la ha llevado a convertirse en una de las mayores activistas por los Derechos Humanos y, junto con la conocida abogada británica Amal Clooney, ha denunciado frente el Comité de Seguridad de las Naciones Unidas la falta de acción por su parte para parar a ISIS. Murad ha recibido numerosos reconocimientos de organismos internacionales e instituciones de prestigio mundial, pero en su lugar de origen, y en todos los rincones a los ha llegado la guerra, la realidad sigue siendo la misma: los criminales de guerra siguen llevando a cabo el mismo tipo de prácticas de supresión hacia la población atacada.

Fotografía de Nick Danziger para la exposición "Eleven women facing war"

La violencia sexual contra las mujeres no es particular de la guerra que vivió Nadia. Conocemos que en todos los conflictos bélicos, en los que prima la ley del más fuerte, las mujeres son el blanco de tiro de las violaciones y la intimidación sexual. En 2017, nuestra compañera de redacción Julia Fernández escribió un artículo titulado La mujer como arma de guerra donde expone las causas por las que se da tan habitualmente este tipo de violencia, y las consecuencias físicas, psicológicas y sociales que tiene para las víctimas. 
Menciona los conflictos en los que se hicieron más visibles y masivas las violaciones, como el genocidio de Ruanda. A este conflicto podemos sumarle el de la guerra de los Balcanes, en la que entre 20.000 y 44.000 mujeres musulmanas fueron encerradas en centros de internamiento con salas específicamente habilitadas para las violaciones en la zona de Bosnia oriental.

Estas prácticas son una forma de desestabilización de los valores sociales y culturales de la población enemiga en tanto que las mujeres representan ese núcleo familiar que transmite las tradiciones que mantienen unido al pueblo. Hacerse con ese símbolo hace tambalear hasta las estructuras sociales más rígidas.

También son consecuencia, como apunta Julia, del ambiente hipermasculinista en el que se encuentran los soldados, donde se fomenta la agresividad y deshumanización de todo ser viviente, más aún si se trata de mujeres, quienes ya ocupan una posición en la jerarquía patriarcal de nuestras sociedades.
Además, es una forma de alimentar el sentimiento competitivo que lleva a ver que, siendo las mujeres consideradas propiedad del enemigo, violarlas implica otra forma de conquista.

Es necesario que dejemos de invisibilizar esta realidad, pues para las mujeres que la sufren es tan o más habitual que la muerte. La violencia sexual afecta en particular a este colectivo, y sus necesidades y súplicas son pocas veces atendidas: si la perspectiva de género es obviada habitualmente en otros ámbitos, en los conflictos bélicos no va a ser distinto.
No debería sorprendernos que apenas se haga hincapié en los medios de comunicación ni se tome medidas desde los organismos internacionales, pues hasta los propios cascos azules, las Fuerzas de Paz de la ONU, han sido denunciados por abusar sexualmente de mujeres y menores en la República Democrática del Congo. Además, el comercio de armas es una de las fuentes principales de la economía mundial, por lo que denunciar una las prácticas que fomentan que los soldados se unan a la guerra no conviene a ningún gobierno.

Nadia consiguió escapar de su secuestro llegar a Alemania gracias a un programa de refugiados, pero esa no fue la suerte de las mujeres que quedaron a manos de ISIS, o de las miles que son y han sido víctimas de abuso sexual en los conflictos de guerra. Desde el movimiento feminista hemos de mostrar nuestro rechazo ante la impasibilidad que muestra la justicia internacional ante este tipo de violencia, movilizarnos y actuar en señal de apoyo hacia las mujeres que la sufren.



PAULA DOCE

Paula Doce nace en Oxford, Reino Unido, en octubre de 1999. Vive en Madrid toda su infancia hasta 2016, cuando se traslada a Estados Unidos por un año. Allí comienza a entrar en contacto con el movimiento feminista. En 2017 empieza a estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, grado que cursa actualmente.

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1 comentarios

  1. Muy bien dicho y argumentado. Ojalá poco a poco, todas las mujeres de más edad, y las más jóvenes tengamos la fuerza de luchar, como estas mujeres víctimas de las guerras, y hacer que disminuyan -si no acaban- estas prácticas y lograr que este siglo sea un poco más el nuestro.

    Abrazo.

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