Lo que cuesta un salario | Paula Doce

Por Paula Doce - junio 12, 2018

Fotografía de Marcos Moreno

El pasado 18 de mayo, las periodistas Pascale Mueller y Stefania Prandi hacían público en la página de noticias de Buzzfeed de Alemania los constantes abusos laborales y sexuales que sufren las trabajadoras de los cultivos de la fresa en Palos de la Frontera, Huelva, por parte de sus superiores.
Kalima, nombre anónimo para proteger la identidad de la protagonista del artículo, narra la historia de cómo fue violada por el supervisor de su plantación, Abdelrahman, que acude cada noche a las habitaciones donde descansan las trabajadoras para violar a una de ellas, distinta cada vez. A Kalima la obligó a practicar sexo anal en uno de los campos en los que trabaja, aislada y lejos de las habitaciones, siendo amenazada de muerte. A partir de ese momento, la violó repetidamente a lo largo del año 2017.

Además del caso principal, 28 mujeres residentes en nuestro país declararon haber sufrido acoso sexual y otras 50 habían sido víctimas de humillaciones verbales y violencia física de otra índole por parte de sus jefes. Sabilha, compañera de Kalima, narra en este artículo también cómo el superior de Abdelrahman las insulta por no saber español, "les pega y las pisotea", y muchas veces sólo les permiten ducharse una vez a la semana. Además, les prohibe los descansos, incluso cuando no pueden aguantar el dolor de espalda que les supone el estar agachadas la mayor parte de su trabajo.

Este es el pan diario de las mujeres que trabajan en los campos de España, Italia y Marruecos, donde muchas veces los habitantes de la zona conocen estas historias y no se atreven a declararlo, pues, como en el caso de Huelva, la recolección de la fresa es la principal fuente de ingresos de la región. En Palos de la Frontera, la Guardia Civil, jueces, políticos, empresarios y periodistas estaban al tanto de estas prácticas que los empresarios onubenses llevan a cabo desde hace veinte años.

En estos casos, confluyen tres cuestiones: las mujeres son jóvenes, extranjeras (no conocen el idioma) y asalariadas. Están completamente sometidas ante sus jefes, que son de quienes dependen para trabajar y recibir un salario, y tener cobijo, pues viven en las mismas plantaciones. A todo esto, también se le suma el hecho de que la mayoría de ellas son inmigrantes ilegales, por lo que, si se niegan a practicar relaciones sexuales con sus patrones, pueden ser denunciadas y deportadas.

Según la Oficina Internacional del Trabajo, en su última Declaración relativa a los Principios y Derechos Fundamentales en el trabajo, hay tres tipos de comportamiento calificados como acoso sexual: el físico, que incluye la violencia física, tocamientos o acercamientos innecesarios; el verbal, como los comentarios o preguntas sobre el aspecto el estilo de vida o llamadas de teléfono ofensivas; y el no verbal: los silbidos, los gestos de connotación o presentación de objetos pornográficos a la persona acosada. Esta investigación ha mostrado que las mujeres más afectadas por el acoso sexual en el trabajo son jóvenes, económicamente dependientes, solteras o divorciadas y emigrantes. ¿Nos suena?

También en este documento se recogen una serie de datos estadísticos que muestran lo común que es esta conducta. Por poner algún ejemplo, en la Unión Europea entre el 40 y 50 por ciento de las mujeres han denunciado casos de acoso sexual en el trabajo. En Italia, en un estudio realizado en 2004, una de cada tres trabajadoras declararon haber sufrido intimidaciones para seguir en su puesto, y, dentro de ese grupo, el 65 por ciento eran chantajeadas semanalmente por su jefe.

En 2006, dos años después de la investigación llevada a cabo en Italia, el Instituto de la Mujer en España entrevistó a 2007 mujeres trabajadoras acerca de esta cuestión. Un 23,3 por ciento de estas mujeres declararon haber observado en su entorno laboral conductas de acoso leve (no verbal), un 9,2 actuaciones que se enmarcarían en el tipo de acoso grave (verbal), y un 3,9 por ciento habría advertido comportamientos de acoso sexual muy grave, que llegan a ser tocamientos, besos, acorralamientos e, incluso, violaciones. Un 0,3 por ciento de este grupo lo presenciaría de forma habitual. 

En 2006 había alrededor de 9 millones de mujeres empleadas en España. Si seguimos los datos proporcionados por el Instituto de la Mujer, 351 mil trabajadoras españolas habrían sufrido acoso sexual muy grave en sus puestos de trabajo, y 27 mil de manera habitual. 

De acuerdo a la definición de acoso sexual que da la Organización Internacional del Trabajo, este sería un término reciente que designa un problema antiguo. Y es que, sí, esto viene de largo. Básicamente desde que se nos permitió a las mujeres acceder al entorno laboral.

No es necesario romperse la cabeza buscando información para darse cuenta que estas prácticas han sido, y son, habituales . Mismamente, en la película Sufragistas, de Sarah Gavron estrenada en 2015, se muestra el caso de una menor que es violada por el jefe de la fábrica en la que trabaja. Por poner otro ejemplo, también en Ni Dios, ni patrón, ni marido, la película de Laura Mañá acerca de la primera afiliación anarquista de mujeres en Argentina, el acoso sexual por parte de su jefe forma parte de la vida cotidiana de estas.

Además de estar en situación de inferioridad por mujeres, lo estamos por asalariadas, acentuándose así la relación de poder existente entre sexos. Pero muchas veces somos acosadas por nuestros compañeros de trabajo, que se encuentran en una situación laboral similar a la nuestra. Esto se da simplemente porque trasladan su modus operandi normalizado en sus relaciones sociales con las mujeres a otro ámbito, el del trabajo.

Es una manera de recordarnos continuamente que no es nuestro lugar, que nuestro sitio es el hogar, y nuestra disponibilidad sexual es el tributo que hemos de pagar por ocupar el lugar de otro, del hombre. Esto también nos lo hacen ver a través de la política del techo de cristal o la brecha salarial: a pesar de ocupar un 45 por ciento de la fuerza salarial, las mujeres no ocupamos ni cuatro de diez altos cargos; además, cobramos de media un 29 por ciento menos que nuestros compañeros varones.

Las reformas paritarias son necesarias, y la educación sexual también, porque, en palabras de Emma Goldman, "las mujeres no siempre deben mantener la boca cerrada y su útero abierto", y estamos cansadas de callar.

Paula Doce nace en Oxford, Reino Unido, en octubre de 1999. Vive en Madrid toda su infancia hasta 2016, cuando se traslada a Estados Unidos por un año. Allí comienza a entrar en contacto con el movimiento feminista. En 2017 empieza a estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, grado que cursa actualmente.

  • Comparte:

TAMBIÉN TE PUEDE GUSTAR

0 comentarios