Qué quiero bailar en mi revolución | Sara Juárez

Por Editorial - junio 17, 2018



La frase “Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa”, pronunciada por Emma Goldman ante el reproche de un compañero que no veía en esta actividad ningún relación con la causa política, ha sido celebrada por las compañeras feministas desde mucho tiempo atrás, y cobra hoy en día aún más relevancia dado el necesario hincapié en la inclusión de la felicidad y la alegría de aquello que tiene que ver con el compromiso político.

Y es que nuestra causa política, el feminismo, tiene como finalidad la emancipación de las mujeres y la consecución de la felicidad comunitaria, de la que el ámbito lúdico es una parte fundamental.

Ante ésta afirmación que creo todas compartimos, me sorprende la presencia en espacios politizados, concienciados o como se quiera llamarlos, orgullosos de estar libres de “actitudes sexistas, homófogas, racistas”, de productos culturales que pueden definirse con todos estos adjetivos.

Parece que se haya caído en ciertas ocasiones o contextos en la falacia del sistema capitalista de que verdaderamente el único cauce de la diversión corre por las vías previamente señaladas y diseñadas por él mismo. Y es que aún en eventos planteados para mostrar el trabajo artístico de mujeres, donde compañeras recitan sus poemas o cantan sus canciones, podemos ver cómo tras estas exposiciones, la lógica de visibilización y de politización cultural se diluye para dar paso al consumo de música hegemónica. Parece que,en la mente de muchas, la música no puede ser lúdica, de celebración y fiesta, si no es aquella consumida masivamente.

Y esta música consumida masivamente no lo es por tener un ritmo más pegadizo que cualquier canción de reggaetón escrita desde una perspectiva feminista, si no porque la estrategia de mercado para popularizar las canciones que van a sonar durante determinado espacio de tiempo se basa en su repetición hasta la saciedad, en todos los medios disponibles. Y desde los espacios que pretenden ser críticos o liberados, en esta parcela cultural, se relativiza su influencia, se frivoliza y se acepta plácidamente, porque parece que la música ha dejado de tener la importancia que tuvo antaño para este tipo de colectivos.

Tal vez tenga que ver con los cambios en los modos de consumo o en la importancia que se le da a estos artefactos culturales como motor de cambio o alimento y esperanza. Hoy parece que todo ha de ser divertido, sin trascendencia, porque bastante tenemos ya con preocuparnos de pagar la matrícula de la universidad, trabajar en un curro de mierda o tener cuidado con lo que publicamos en las redes. Pero precisamente creo que la clave reside en dejar de entender la música y su importancia a través del marco interpretativo para el que se nos ha dispuesto.

Creo que tenemos que reclamar y defender nuestra capacidad para crear espacios de diversión feministas, no sólo en términos de organización, de actividades, sino también en lo musical, entendiendo la escucha de música popular (que no masiva), y sobre todo la música hecha por mujeres,no sólo como un espacio de reivindicación, sino también como una plataforma sobre la que construir un ocio que parta de la nueva realidad que estamos construyendo entre todas,  y en la que cualquier vestigio patriarcal debe ser eliminado.

Entiendo el consumo de este tipo de productos culturales, yo misma lo hago, porque no podemos escapar por completo a la influencia del sistema, y a veces es necesario tomarse la realidad con sentido del humor y ser capaz de disfrutar cosas con las que somos críticas, echarse unas risas y unos bailes y disfrutar de la diversión por la diversión.  Pero de ahí a la falta total de politización en todo aquello que consumimos por nuestros oídos, creo que hay un paso demasiado importante.

¿Por qué si no vemos y leemos series, películas o libros racistas, machistas, propaganda televisiva desinformativa y rehuimos todos estos artefactos, sí que pasamos por el aro de la música que vehicula esta ideología? ¿Por qué si podemos acercarnos a estos productos culturales para ser críticos, conocer a lo que nos enfrentamos y ponerle nombre a lo que se vende como inocuo, la falta de crítica reina en lo que se refiere a la música?

¿Por qué no hacemos por escapar a las lógicas de consumo de la industria capitalista musical? ¿Por qué le quitamos importancia a la influencia y capacidad de cambio de algo que apela tan directamente a la subjetividad como la música?

Creo que debemos hacer de la música que parte de una perspectiva feminista nuestra cotidianidad, debemos normalizar el consumo de las músicas que hacen las compañeras no sólo como actitud política, sino como construcción de una diversión que sólo parta de nosotras, cotidianizando nuestra percepción y nuestra interpretación de la realidad, revirtiendo la lógica por la cual lo masivo es lo divertido y lo político o lo femenino cabe sólo en la reivindicación.

Acorralando el consumo de músicas que reproducen lógicas machistas a los espacios que comulgan con ellas, y haciendo minoritario y marginal su disfrute, elevaremos a la categoría de habitual la alegría y la diversión acompañadas de las canciones y manifestaciones artísticas sonoras que nacen de la visión y de la conciencia feminista. Porque precisamente el compartir una música que parte de nuestra perspectiva crea sensación de comunidad, de no estar solas, de aliento en momentos de desesperanza, nos muestra, finalmente, la posibilidad de marcar nuestro propio paso.

Sara Juárez estudió Comunicación Audiovisual y Periodismo, realizando después un Máster donde unió la investigación cinematográfica y la perspectiva feminista. Le interesa la música, la política y el cine.

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