Eterna Matilda: la mujer en el mercado editorial actual | Helena Naeve

Por Editorial - septiembre 02, 2018

Matilda con su carrito de libros (Matilda, 1996, Danny DeVito)
Cuando la novela empezó su auge en la época victoriana, algunos comentaristas llegaron a la conclusión de que la ficción era peligrosa para las mujeres. Se decía que su frágil fisiología las hacía vulnerables a la sobreexcitación y a sentirse demasiado identificadas con lo que leían, con lo cual acabarían por sentirse a disgusto con sus propias vidas. Alegaron también que perdían el tiempo leyendo, cuando podrían emplear ese tiempo en hacer tareas de la casa.

Son argumentos con los que constantemente, incluso a día de hoy, se nos deja fuera de los sectores culturales, tanto a nivel de consumo como de producción de los mismos, acallando así a la mitad del sector poblacional. Nuestra creatividad se convierte en egoísmo, nuestra ilusión, en algo peligroso. Nuestra narrativa no les vale porque nos pone a nosotras en el centro, y eso no puede ser, habiendo tanto que limpiar en casa.

A día de hoy, se han entregado 114 premios Nobel de la Literatura; sólo 14 de ellos a mujeres. En el caso de los Pulitzer de Ficción, sólo 18. De los 48 ganadores de los premios Hugo de fantasía y ciencia ficción, sólo 11 son mujeres. Sabemos desde hace tiempo que los premios, los galardones, el reconocimiento por nuestro trabajo, es algo que suele llevar nombre de hombre.

N.K. Jemisin, autora de la saga "La quinta estación", galardonada con los premios Hugo

Pero hay una excepción. En el caso de los Michael L. Printz, premios dedicados a la literatura juvenil, donde cada año desde el 2000 se da un premio y varias menciones de honor a libros de este género, 55 de un total de 88 personas que han recibido estos reconocimientos son mujeres. ¿Cómo puede ser que en un sector predominantemente masculino haya un género de éste en el que no solo las mujeres tienen voz, sino que ésta es la que más se oye?

Hoy por hoy, al entrar en muchas librerías, lo que nos solemos encontrar en la estantería de novedades de ficción son libros escritos por hombres, a excepción de uno o dos escritos por mujeres, que además suelen llevar en la contracubierta extractos de reseñas donde los comparan con otros libros también escritos por hombres. Parece que si nuestras obras no son comparables con Auster, Foster Wallace, Eugenides, Franzen y una larga retahíla de escritores americanos de clase media blanca que rondan los cincuenta años y llevan treinta de ellos intentando escribir la gran novela americana, no se merecen su puesto en la estantería de ficción.

A la literatura juvenil se la suele mirar por encima del hombro. Se dice de ella que no es seria, que cuentan historias superficiales, que los personajes son huecos y que no aporta nada al lector. He llegado a escuchar que ni siquiera debería considerarse literatura. Desde siempre se la ha considerado un género inferior, poco importante y poco relevante, y precisamente por ello se dejó a las mujeres acceder a ella, a un lugar donde no trastocarían o moverían de sitio a las historias que tienen que contar los hombres.

Curiosamente, es uno de los pocos géneros en los que constantemente encontramos protagonistas y escritoras que luego son la gran imagen de sus adaptaciones cinematográficas, como el caso de Divergente, de Veronica Roth, o Los Juegos del Hambre, de Suzanne Collins. Pero más allá de los grandes éxitos que todos conocemos, el mundo de la literatura juvenil es un mundo repleto de rostros femeninos con mucho, muchísimo que contar. Escritoras como Clara Cortés, Ellen Hopkins, Jennifer Niven, Sara Barnard, R.J. Palacio, Francesca Zappia, Laurie Halse Anderson, Angie Thomas, Robin Talley, Nicola Yoon, Becky Albertalli, C. G. Drews, Jasmine Warga, Heather Demetrios, A. S. King, Meredith Russo, Nina LaCour, Meg Rostoff, Courtney Summers, Mandy McGinnis, entre muchas otras, ponen constantemente en sus libros a personajes femeninos al frente. Personajes fuertes, inventivos, inteligentes. Personajes con una infinidad de historias, historias sobre familias disfuncionales, drogas, alcoholismo, sobre ansiedad, depresión, trastornos alimenticios, esquizofrenia, bipolaridad, sobre racismo, acoso, discapacidad, guerra, sobre la sexualidad, sobre la identidad, la justicia, y siempre, sobre el crecimiento personal.
Angie Thomas, autora de "El odio que das", galardonado con un Michael L. Printz

Es un género donde se nos ha dado rienda suelta a las mujeres para contar nuestras historias, nuestra forma de ver el mundo, nuestros pensamientos y opiniones, que son tan reales, tan profundos y tan relevantes como las de la otra mitad de la población, aunque bien se empeñen en decir que ni siquiera cuentan como literatura.

Hemos de reivindicar nuestro lugar en las librerías y las editoriales. Hemos de ser capaces de hablar de nosotras sin tener que fingir que queremos escribir la gran novela americana, o sin tener que fijarnos en cómo escriben señores que se tienen a sí mismos como el ombligo del mundo. Los comentaristas que llegaron a la conclusión de que la literatura era peligrosa para las mujeres siguen tan vivos como antes, pintando a cualquier género en el que la mujer tenga un papel relevante como histriónico, superficial, una pérdida de tiempo. Sí, la literatura en manos de una mujer es peligrosa, pero no para nosotras mismas. Es peligrosa para ellos. Es peligrosa porque ataca la narrativa en la que nosotras constantemente somos objetos, somos musa, somos entes de luz que están ahí, entre bambalinas para enaltecerlos a ellos. Somos la eterna Matilda a la que se empeñan en quitarle los libros, en decirle que lo que hace son tonterías, en negarle que tiene un poder inmenso.

Hemos de dejar de ser Matilda. Hemos de dejar de decir que escribimos con vergüenza y empezar a llamarnos escritoras. Llevamos muchos años con currículos de clases de lengua y literatura en la que sólo se leen libros escritos por hombres, en los que los niños salen de clase sin saber quiénes son Carmen Laforet, María Teresa León, Rosa Chacel, María Zambrano, Josefina de la Torre, Virginia Woolf, Sylvia Plath, Penelope Fitzgerald, Mary Shelley.

Manifestación feminista en Santiago de Chile. Fotografía por Nadia Matínez.

Que no haya ni una sola Mary Ann Evans más que sienta que tiene que usar el pseudónimo de George Elliot para publicar uno de los clásicos de la literatura inglesa. Que no haya más ‘’Anónimos’’ que, en realidad, fueron anónimas.

Helena Naeve nació en Murcia en el año 1999 y actualmente es estudiante de Estudios Ingleses en Madrid, aunque siempre considerará el estado de Washington su segundo hogar. Devoradora de libros, ama viajar y vivir en los lugares donde se encuentran los personajes de sus historias. Escribe sobre aquello que le apasiona: literatura, historia y feminismo.

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