Texto
extraído de The Lilith eZine.
Traducción
al castellano de J. Luna Fernández.
1. Definir el poder.
En la teoría social
y política, el poder suele ser considerado un concepto esencial de disputa.
Pese a que usamos el término “poder” a menudo en nuestro día a día y damos la
impresión de dominar su significado, este concepto ha desatado extensos e
intricados desacuerdos entre aquellos filósofos, politólogos y sociólogos que
han dedicado sus carreras a analizarlo y conceptualizarlo.
Por ejemplo, todos
los escritos sobre el poder están marcados por un profundo desacuerdo sobre la
misma definición de este término. Algunos teóricos definen el poder como la
habilidad para conseguir que otros hagan lo que quieras (poder sobre el resto),
mientras que otros lo definen en términos más generales como una habilidad o
capacidad para actuar (poder para hacer). En muchos de los análisis más
importantes acerca del poder en politología, sociología y filosofía se
presupone la definición de poder como el poder sobre el resto. Por ejemplo, Max
Weber definía poder como “la probabilidad de que un actor en una relación
social esté en posición para proseguir con su voluntad incluso en caso de
encontrar resistencia…”. Robert Dahl ofreció lo que él llamó una “idea
intuitiva del poder”, respecto a la cual “A tiene poder sobre B hasta el punto
de que puede conseguir que B haga algo que de otra manera no haría”. La
definición aportada por Dahl desató un vigoroso debate que se prolongó hasta
mediados de los años setenta, pero incluso los críticos mejor conocidos del autor
parecían estar de acuerdo con esta ecuación básica del poder como el “poder
sobre”. Así como apuntaba Steven Lukes, la visión unidimensional de Dahl acerca
del poder, la bidimensional de Bachrach y Baratz y su propia visión
tridimensional son variaciones del mismo concepto básico del poder, respecto al
cual A ejerce poder sobre B cuando A tiene un efecto sobre B contrario a los
intereses de este último. De forma similar, aunque partiendo de un trasfondo
teórico completamente diferente, los influyentes análisis de Michel Foucault
presuponen que el poder es el “poder sobre”, y así es que afirma: “si hablamos
de las estructuras o de los mecanismos de poder, es solo en tanto que suponemos
que ciertas personas ejercitan poder sobre otras”.
Otros definen el
poder como la habilidad o capacidad para hacer algo. La definición de Thomas
Hobbes del poder como “los medios a los que recurre una persona para obtener un
bien futuro” es un ejemplo clásico de esta comprensión del poder, así como la
definición de Hannah Arendt del término en cuestión como “la habilidad humana
no solo de actuar, sino de actuar conscientemente”. Hannah Pitkin apunta que el
poder está etimológicamente relacionado con el término francés pouvoir y el latín potere, significando ambos “ser capaz”. “Eso sugiere que el poder
es algo que capacita a alguien para hacer otra cosa. El poder es la capacidad,
el potencial, la habilidad, o los recursos”. De forma similar, Peter Morris y
Lukes definen el poder como un concepto de propensión, es decir, que el poder
“es una potencialidad, pero no una realidad; precisamente, una potencialidad
que nunca llegará a ser realizada”. Algunos de los teóricos que entienden el
poder como el “poder para hacer” excluyen completamente el “poder sobre” de su
análisis. Por ejemplo, Arendt distingue marcadamente el poder de la autoridad,
de la fuerza y de la violencia, y ofrece una explicación normativa en la que el
poder es comprendido como un fin en sí mismo. Así como lo ha argumentado Jürgen
Habermas, esto tiene como consecuencia proyectar todas las comprensiones
estratégicas del poder (cuando el poder se entiende como “poder sobre”) fuera
de su análisis. Otros sugieren que ambos aspectos del poder son importantes;
sin embargo, continúan centrando su atención en uno o en otro. Todavía algunos
definen el “poder sobre” como un tipo concreto de capacidad conocida como la
capacidad de imponer la voluntad de uno sobre el resto; de este modo, “poder
sobre” deriva de “poder para”. Sin embargo, otros han defendido que “poder
sobre” y “poder para” se refieren a significados del poder fundamentalmente
diferentes, y que es un error intentar desarrollar una explicación del poder
que integre ambos conceptos.
¿Qué explica la
enormemente disputada naturaleza del concepto de poder? Una interpretación
indica que la forma en la que conceptualizamos el poder está marcada por los
intereses políticos y teóricos que trasladamos al estudio del poder. Por
ejemplo, los politólogos que estudian las relaciones internacionales llevarán
al estudio del poder intereses diferentes que los de los demócratas o los
socialistas teóricos, y así sucesivamente. En su mayoría, las feministas
interesadas en el poder buscan comprender y criticar las relaciones sociales de
dominación y subordinación, y reflexionar acerca de cómo esas relaciones pueden
transformarse a través de la resistencia individual y colectiva. Esto significa
que, en su mayor parte, los debates feministas sobre el poder se centran en lo
social y no tanto en el poder político entendido en términos de poder del
Estado.
Lukes sugiere una
explicación más radical para la esencialmente disputada naturaleza del concepto
del poder: nuestras concepciones del poder están, según él, determinadas en sí
mismas por las relaciones de poder. Como él dice, “la forma en la que pensamos
sobre el poder podría contribuir a la reproducción y al reforzamiento de las
relaciones y estructuras de poder o, alternativamente, podría desafiarlas y
subvertirlas. Podría contribuir a su funcionamiento continuado, o quizás
desenmascarar su procedimiento, cuya efectividad aumenta en tanto que es
invisible. En la medida en que es así como se da, las preguntas metodológicas y
conceptuales son ineludiblemente políticas, y por tanto lo que significa el
“poder” es “lo disputado esencialmente”. La idea de que las concepciones del
poder están determinadas en sí mismas por las relaciones de poder sustenta la
declaración feminista que afirma que la influyente concepción del poder como
“poder sobre” es en sí misma el resultado de la dominación masculina.
Aunque existen
relativamente pocas discusiones explícitas acerca de cómo conceptualizar el
poder en términos feministas, veremos que la distinción básica entre “poder
sobre” y “poder para” repasa y estructura la mayor parte del debate feminista sobre
el poder.
2. El poder como un recurso: la aproximación del feminismo liberal.
2. El poder como un recurso: la aproximación del feminismo liberal.
Aquellas que
conceptualizan el poder como un recurso lo entienden en tanto que un bien
social positivo que está repartido de manera desequilibrada en la actualidad
entre mujeres y hombres. Para las feministas que lo enfocan de esta manera, el
objetivo es redistribuir este recurso de forma que las mujeres tengan el mismo
acceso al poder que los hombres. En esta aproximación está implícita la
asunción de que el poder no puede ser poseído por las personas en mayores o
menores cantidades.
La concepción del
poder como un recurso puede encontrarse en las obras de las feministas
liberales. Por ejemplo, en La justicia,
el género y la familia, Susan Moller Okin defiende que la familia
contemporánea, estructurada en torno al género, distribuye injustamente los
beneficios y las cargas de la vida familiar entre esposas y maridos. Okin
incluye el poder en su lista de beneficios, a la que llama “bienes sociales
críticos”. Así lo explica: “cuando observamos detenidamente la distribución
entre esposas y maridos de los bienes sociales críticos como el trabajo (pagado
y no pagado), el poder, la autoestima, el prestigio, las oportunidades para el
desarrollo personal y la seguridad física y económica, distinguimos
desigualdades socialmente construidas entre ellos”. En este pasaje Okin parece
presuponer que el poder es un recurso desigual e injustamente repartido entre
mujeres y hombres; por tanto, uno de los objetivos del feminismo sería
redistribuir este recurso de una manera más igualitaria.
Aunque no discute la
obra de Okin explícitamente, Iris Young argumenta en contra de esta comprensión
del poder, a la que se refiere como un modelo distributivo del poder. Para
empezar, Young mantiene que es erróneo pensar en el poder como algo que puede
ser poseer; a su parecer, el poder es una relación, no algo que pueda ser
distribuido o redistribuido. En segundo lugar, defiende que el modelo
distributivo tiende a presuponer una comprensión diádica del poder; como
consecuencia, no consigue iluminar los amplios contextos sociales,
institucionales y estructurales que determinan las relaciones individuales de
poder. Según Young, esto convierte al modelo distributivo en inútil para
entender los rasgos estructurales de dominación. En tercer lugar, el modelo
distributivo concibe el poder estadísticamente, como un patrón de distribución,
mientras que Young, de acuerdo con Foucault, defiende que el poder solo existe
en acto, y por tanto debe ser entendido dinámicamente, como si existiera en
procesos e interacciones en curso. Finalmente, Young argumenta que el modelo
distributivo del poder tiende a ver la dominación como la concentración del
poder en las manos de unos pocos. Según ella, aunque este modelo pueda ser apropiado
para algunas formas de dominación, no es apropiado para las formas que toma la
dominación en la en las sociedades industriales contemporáneas. A su parecer, en
las sociedades industriales contemporáneas, el poder es ampliamente disperso y
difuso; no obstante, es cierto que las relaciones sociales están firmemente
definidas por la dominación y la opresión.
3. El poder como dominación.
La crítica de Young
al modelo distributivo apunta hacia una forma alternativa de conceptualizar el
poder que lo entienda no como recurso o bien social crítico, sino como una
relación de dominación. Aunque las feministas han usado numerosos términos para
referirse a esta relación (incluyendo opresión, patriarcado, subordinación,
etc.) el hilo común en estos análisis es la comprensión del poder no solo como
“poder sobre”, sino como un tipo específico de relación “poder sobre” que es
injusta y opresiva para aquellas personas sobre las que el poder es ejercido. A
partir de ahora, emplearé el término “dominación” para referirme a esas
relaciones opresivas o injustas de “poder sobre”. En la siguiente sección,
discuto las formas específicas en las que las feministas con distintos enfoques
políticos y filosóficos (influenciadas por la fenomenología, el feminismo
radical, el feminismo socialista y el postestructuralismo) han conceptualizado
la dominación.
3.1.
Aproximación
feminista fenomenológica.
El clásico de la
aproximación feminista fenomenológica que teoriza sobre la dominación masculina
es El Segundo Sexo, de Simone de
Beauvoir. Esta obra ofrece un análisis brillante de la situación de la mujer y
de las condiciones sociales, culturales, históricas y económicas que definen su
existencia. El diagnóstico básico que realiza Beauvoir de la situación de las
mujeres se basa en la distinción entre el être-en-soi
y el êntre-pour-soi, es decir, el
sujeto inmanente y el trascendente, respectivamente. Beauvoir defiende que
mientras que los hombres han asumido el estatus de sujeto trascendente, las
mujeres han sido relegadas al estado inmanente de lo Otro. Así lo explica en el
famoso pasaje de la introducción de El
Segundo Sexo: “Ella es definida y diferenciada respecto a los hombres y no
respecto a sí misma; ella es lo fortuito, lo superfluo como opuesto a lo
necesario. Él es el Sujeto, él es el Todo; ella es lo Otro”. Esta distinción
entre el hombre como Sujeto y la mujer como lo Otro es la clave de la
comprensión de la opresión que formula Beauvoir. Escribe: “Cada vez que la
trascendencia recae en la inmanencia, en la inactividad, hay una degradación de
la existencia en el en-soi (la tosca
vida de subordinación a las condiciones dadas) y de la libertad en coacción y
contingencia. Esta caída representa el defecto moral si el sujeto lo consiente;
si se le impone, implica frustración y opresión. En ambos casos es un mal
absoluto”. Aunque Beauvoir sugiere que las mujeres son en parte responsables
por someterse al estatus de lo Otro para evitar la angustia de la existencia
auténtica, mantiene que están oprimidas porque se las persuade para asumir el
estatus de lo Otro, condenadas a la inmanencia. La situación de las mujeres,
por tanto, está marcada por una tensión entre la trascendencia y la inmanencia;
como seres humanos conscientes de sí mismas, son capaces de trascender, pero
las condiciones sociales y culturales les impiden hacerlo.
Más recientemente,
las feministas fenomenológicas han criticado la obra de Beauvoir y, haciéndolo,
han ampliado su perspectiva al poder. Por ejemplo, Iris Young argumenta que
Beauvoir presta relativamente poca atención al papel que la materialización
femenina juega en la opresión de las mujeres. Aunque Beauvoir sí que discute
los cuerpos de las mujeres en relación a su estatus como lo Otro inmanente,
tiende a centrarse en la psicología de las mujeres, y en cómo los rasgos
psicológicos como la menstruación y el embarazo acercan a las mujeres a la
naturaleza, a la inmanencia. En su ensayo Trowing
Like a Girl, Young se centra, por el contrario, en la “ubicación del
movimiento y orientación corporal de las mujeres en su entorno y en el mundo”.
Apunta que las niñas y las mujeres no suelen lograr usar el potencial espacial
de sus cuerpos, intentan no ocupar demasiado espacio, y tienden a aproximarse a
la actividad física con vacilación e incertidumbre. Young argumenta que el
comportamiento corporal femenino, su movimiento y su orientación espacial
delatan la misma tensión entre la trascendencia y la inmanencia que Beauvoir
detecta y diagnostica en El Segundo Sexo.
“En la raíz de esas modalidades”, escribe Young, “se encuentra el hecho de que
la mujer comprende su cuerpo como un objeto y un sujeto al mismo tiempo. La
fuente de esto es que la sociedad patriarcal define a la mujer como un objeto, un
mero cuerpo, y que en la sociedad sexista las mujeres son frecuentemente
tratadas por otros como tales”. No obstante, las mujeres son también sujetos y,
por tanto, no pueden pensar sobre sí mismas como meros objetos corporales. Como
resultado de esto, las mujeres “no pueden sentirse una unidad en sí mismas”.
Young explora la tensión entre la trascendencia y la inmanencia y la ausencia
de unidad característica de la subjetividad femenina más profundamente en
muchos otros ensayos centrados en la materialización del embarazo, la
experiencia de las mujeres con la ropa y su experiencia con los pechos.
Muchas feministas
han llevado a cabo análisis fenomenológicos similares sobre la tensión entre la
trascendencia y la inmanencia que es, según su punto de vista, característica
de la subordinación de las mujeres. Si estás interesada en leer más análisis
feministas-fenomenológicos sobre la dominación, recurre a Bartky (1990, 2002),
Bordo (1993) , Fischer y Embree (ed., 2000) y Kruks (2001).
3.2.
Aproximación
del feminismo radical.
A diferencia de las
feministas liberales, que perciben el poder como un recurso social positivo que
debe ser justamente repartido, y de las feministas fenomenológicas, que
entienden la dominación como una tensión entre la trascendencia y la
inmanencia, las feministas radicales tienden a comprender el poder como
relaciones diádicas de dominación/subordinación, normalmente comprendidas
análogamente a las relaciones entre el amo y el esclavo.
Por ejemplo, en la
obra de Catherine MacKinnon, la dominación es cercana a su comprensión de la
diferencia de géneros. De acuerdo con MacKinnon, la diferencia de géneros es
simplemente la realización de la dominación. Así lo explica: “la diferencia de
géneros es la piel de cordero en la mano de hierro de la dominación. El
problema no es que las diferencias no se valoren, sino que están definidas por
el poder”. Si la diferencia de géneros es en sí misma una función de
dominación, los hombres son poderosos y las mujeres carecen de poder por
definición. Como dice MacKinnon: “mujer/hombre es una distinción no solo de
diferencia, sino también de poder o carencia de éste. La diferencia de sexos se
basa en el acceso al poder”. (En este pasaje, Mackinnon pasa por alto la
distinción, articulada por las feministas de la segunda ola, entre sexo —como
las características biológicas arraigadas que hacen a una persona mujer u
hombre, características que suelen suponerse naturales e inmutables— y género
—las características y prácticas social y culturalmente arraigadas, y por tanto
contingentes y mutables, que convierten a una persona mujer u hombre—. Esto sugiere
que MacKinnon, así como Judith Butler y otras críticas de la distinción
sexo/género, piensa que la diferencia de sexos, no menos que la de géneros,
está socialmente construida y marcada por las relaciones de poder.) Si los
hombres son poderosos y las mujeres carecen de poder, la dominación masculina
es, entonces, generalizada. De hecho, Mackinnon afirma que se trata de una
“realidad de supremacía masculina”, que “ninguna mujer puede eludir el
significado de ser una mujer en una sociedad basada en un sistema de género, y
que la desigualdad de sexo no es solo generalizada, sino que podría ser
universal”. Para MacKinnon, las relaciones heterosexuales son el paradigma de
la dominación masculina: “la relación social entre ambos sexos está organizada
de manera que los hombres puedan dominar y las mujeres deban someterse, y esta
relación es sexual; de hecho, esta relación es el sexo”. Como resultado de
esto, tiende a presuponer una concepción diádica de la dominación, de acuerdo
con la cual las mujeres están sujetas a la voluntad de los hombres. Si la
dominación masculina es generalizada y las mujeres carecen de poder por
definición, esto implica que el poder femenino es una “contradicción de
términos, socialmente hablando”. La afirmación de que el poder femenino es una
contradicción de términos ha llevado a muchas feministas a criticar a MacKinnon
basándose en que niega la agencia de las mujeres y las presenta como víctimas
indefensas.
En El Contrato Sexual, Carole Pateman
plantea una concepción diádica similar de la dominación masculina. Al igual que
MacKinnon, Pateman afirma que la diferencia de género se constituye en base a
la dominación: “la construcción patriarcal de la diferencia entre masculinidad
y la feminidad es la diferencia política entre libertad y subordinación”.
También defiende que la dominación masculina es generalizada, y se refiere
específicamente al modelo amo/esclavo para comprenderla: “en la sociedad civil
moderna todos los hombres son considerados lo suficientemente buenos como para
ser los amos de las mujeres”. Desde el punto de vista de Pateman, el contrato
social que inicia la sociedad civil permite el ejercicio legítimo de los
derechos políticos es también un contrato sexual que establece lo que ella
llama “la ley del derecho sexual masculino”, asegurando el acceso del hombre al
sexo y a la dominación de la mujer. Así como lo ha argumentado Nancy Fraser,
según Pateman el contrato sexual “establece una serie de diadas hombre/mujer
amo/esclavo”. Fraser critica duramente el análisis de Pateman, al que denomina
“el modelo amo/esclavo”, un modelo que presenta la subordinación de la mujer
“principalmente como la condición de estar sometida al mando de un hombre”. El
problema de esta explicación diádica de la subordinación de la mujer, de acuerdo
con Fraser, es que “la desigualdad de género, hasta ahora basada en relaciones
diádicas de dominación y subordinación, está siendo transformada en mecanismos
estructurales más impersonales que se viven a través de formas culturales más
fluidas”. Fraser sugiere que, para poder comprender la subordinación de las
mujeres en las sociedades occidentales contemporáneas, las feministas deberán
abandonar el modelo amo/esclavo para analizar cómo esta subordinación se ve
asegurada mediante las normas culturales, las prácticas sociales y otros
mecanismos estructurales impersonales.
Asimismo, Marilyn
Frye presenta un análisis feminista radical del poder que parece presuponer un
modelo diádico de dominación. Frye identifica numerosas facetas del poder, el
acceso a este siendo una de las más importantes. Como dice ella: “el poder
absoluto es el acceso incondicional; el poder nulo es ser incondicionalmente
accesible. La creación y la manipulación del poder se componen de la
manipulación y el control del acceso”. Si el acceso es una de las facetas más
importantes del poder, entonces el feminismo separatista, en tanto que es una
forma de negar el acceso a los cuerpos de las mujeres, al apoyo emocional, al
trabajo doméstico, etc., representa un enorme desafío al poder masculino. Por
este motivo, Frye defiende que todo feminismo implica alguna forma de
separatismo. También sugiere que esa es la verdadera razón por la que los
hombres se molestan tanto con los actos separatistas: “si estás haciendo algo
que los patriarcas han prohibido estrictamente, algo estás haciendo bien”. Frye
compara frecuentemente la dominación masculina con la relación amo/esclavo, y
define opresión como “un sistema de barreras y fuerzas interrelacionadas que
reducen, inmovilizan, y moldean a las personas que pertenecen a un cierto grupo
y efectúan su subordinación a otro grupo (individualmente a los individuos del
otro grupo, y como un grupo, a ese grupo)”. Además del acceso, Frye discute la
definición como otra faceta relacionada con el poder. Afirma que: “los
poderosos normalmente determinan qué se puede decir y qué no se puede decir”.
Por ejemplo, “cuando el Secretario de Defensa llama a algo una negociación de
paz aquello que haya denominado como tal es una instancia de negociación de la
paz”. En condiciones de subordinación, las mujeres suelen carecer del poder
para definir los términos de su situación, pero mediante el control del acceso,
argumenta Frye, pueden empezar a reivindicar el control sobre su propia
auto-definición. Ambas cosas —controlar el acceso y la definición– son maneras
de tomar el poder. Aunque no se aventura tanto como MacKinnon en afirmar que el
poder femenino es una contradicción de términos, Frye sí que defiende que “si
hay algo que dé náuseas a las mujeres es precisamente tomar el poder”.
3.3 Aproximación del
feminismo socialista.
De acuerdo con la
explicación marxista tradicional del poder, la dominación se entiende en base a
la opresión de clases; la dominación es el resultado de la apropiación
capitalista del valor excedente que producen los trabajadores. Como numerosas
feministas de la segunda ola y críticas de Marx han señalado, las clases de
Marx eluden, sin embargo, el género. Marx ignora las formas en las que la
opresión de clases y la opresión de género están entrelazadas; debido a que se
centra exclusivamente en la producción económica, Marx pasa por alto el trabajo
reproductivo de las mujeres en sus casas y la explotación de este trabajo en
los medios de producción capitalistas. Como resultado de esto, las feministas socialistas
han argumentado que el análisis marxista de la dominación de clases debe ser
suplementado con una crítica radical feminista del patriarcado para poder
cosechar una explicación satisfactoria de la opresión que sufren las mujeres;
la teoría resultante se conoce como dual
systems theory (la teoría de sistemas duales). Como lo explica Iris Young,
“la teoría de sistemas duales propone que la opresión de las mujeres surge a
partir de dos sistemas distintos y relativamente autónomos. El sistema de la dominación
masculina, comúnmente llamado patriarcado, produce la opresión de género; el
sistema de los medios de producción y las relaciones de clases produce la
opresión de clases y la alienación laboral de la mayoría de las mujeres”.
Aunque Young comparte la aspiración de teorizar la dominación de clases y de
género en una sola teoría, es crítica con la teoría de sistemas duales
basándose en que “permite al marxismo mantener de manera prácticamente
intocable su teoría económica y de las relaciones sociales, a la que
simplemente se injerta la teoría de las relaciones de género”. Young reclama,
en su lugar, una teoría más unificada, un materialismo histórico verdaderamente
feminista que ofrezca una crítica de la sociedad y de las relaciones sociales
del poder en conjunto.
En un ensayo
posterior, Young ofrece un análisis más sistemático de la opresión, un análisis
basado en su reclamo anterior de un feminismo completamente socialista. Young
identifica cinco facetas de la opresión: la explotación económica, la marginación
socio-económica, la carencia de poder o autonomía sobre el trabajo de uno
mismo, el imperialismo cultural y la violencia sistemática. Las tres primeras
facetas de la opresión en esta lista se extienden en la explicación marxista de
la explotación económica, y las últimas dos van más allá de esa explicación,
aportando otros aspectos de la opresión que no pueden ser bien explicados en
términos económicos. De acuerdo con Young, estar subordinado a cualquiera de
estas formas de poder es suficiente para que un colectivo esté oprimido, pero
la mayoría de los colectivos oprimidos en Estados Unidos experimentan más de
una de estas formas de poder, y algunos experimentan las cinco. También afirma
que esta lista está completa, en el sentido en que “cubre a todos los
colectivos que según los nuevos movimientos sociales de la izquierda están
oprimidos” y en que “cubre todas las formas en las que están oprimidos”.
Nancy Hartsock
ofrece una visión diferente del materialismo histórico feminista en su libro Dinero, Sexo y Poder: hacia un materialismo
histórico feminista. En este libro, Hartsock expresa su preocupación acerca
de “1) cómo las relaciones de dominación como el género son construidas y
mantenidas y 2) si las comprensiones sociales de la dominación en sí misma se
han visto distorsionadas por la dominación de los hombres sobre las mujeres”.
Siguiendo la concepción de la ideología marxista, Hartsock mantiene que las
ideas y teorías predominantes en un periodo de tiempo determinado están
arraigadas en las relaciones materiales y económicas de esa sociedad. Esto se
aplica también, en su opinión, a las teorías de poder. Por consiguiente,
critica las teorías de poder en la politología mainstream por presuponer un modelo de mercado de relaciones
económicas; un modelo que comprende la economía en términos de intercambio, que
es como se da desde la perspectiva de la clase dominante, y no en términos de
producción, que es como se da desde la perspectiva del trabajador. También
argumenta que el poder y la dominación han sido asociados constantemente con la
masculinidad. Puesto que el poder ha sido comprendido desde la posición de los
dominantes socialmente (la clase dominante y los hombres) la tarea del
feminismo, de acuerdo con Hartsock, es reconceptualizar el poder desde un punto
de vista específicamente feminista, uno que esté arraigado en la experiencia
vital de las mujeres, específicamente en su rol en la reproducción.
Conceptualizar el poder desde esta perspectiva puede, según Hartsock, “señalar
más allá de las lecturas del poder como poder sobre los otros”.
3.3.
Aproximación
feminista postestructuralista.
La mayor parte de la
obra de las feministas postestructuralistas sobre el poder está inspirada en
Foucault. En sus obras, Foucault analiza el poder moderno como un estándar de
las relaciones de poder en constante movilidad y transformación que emergen de
cada interacción social y por tanto penetran el cuerpo social. Como ´él dice,
“el poder está en todas partes, no porque lo abarque todo, sino porque proviene
de todas partes”. Foucault se esfuerza por ofrecer una micro-física del poder
moderno, un análisis que se centre no solo en la concentración del poder en las
manos del soberano o del Estado, sino en cómo el poder fluye a través de los
capilares del cuerpo social. Foucault critica análisis previos del poder (sobre
todo marxistas y freudianos) por asumir que el poder es fundamentalmente
represivo, una creencia a la que él llama “hipótesis represiva”. Aunque
Foucault no niega que el poder puede funcionar represivamente en ocasiones,
mantiene que es principalmente productivo: “el poder produce, produce la
realidad, produce el dominio de los objetos y rituales de verdad”. También
produce, según Foucault, sujetos: “el individuo no es el vis a vis del poder;
es, según creo yo, una de sus primeras consecuencias”. De acuerdo con Foucault,
el poder moderno subordina a los individuos, en ambos sentidos del término; los
crea como sujetos y los somete al poder simultáneamente. Como veremos en un
momento, las explicaciones que da Foucault a la subordinación y al poder han
sido generalmente muy fructíferas, pero también controvertidas, para las
feministas interesadas en analizar la dominación.
No debería
sorprender que tantas feministas se hayan apoyado en el análisis del poder de
Foucault. Podría decirse que el análisis del poder de Foucault ha sido la
discusión más influyente en el tema los últimos treinta años; incluso los
teóricos del poder que critican severamente la obra de Foucault han reconocido
su influencia. Además, el enfoque de Foucault en la naturaleza local y capilar
del poder moderno resuena claramente en los esfuerzos feministas por redefinir el
alcance y los límites de lo político, esfuerzos que se resumen con el eslogan
“lo personal es político”. Llegada este punto, la obra feminista inspirada en
el análisis del poder de Foucault es tan extensa y variada que desafía la
recapitulación.
Muchos de los
análisis feministas-foucaultianos más prominentes acerca del poder se apoyan en
su explicación del poder disciplinario para poder analizar críticamente la
feminidad normativa. En Vigilar y Castigar,
Foucault analiza las prácticas disciplinarias que fueron desarrolladas en
prisiones, colegios y fábricas en el siglo XVIII (incluyendo los controles
minuto a minuto de los movimientos corporales, los horarios obsesivamente
detallados y las técnicas de vigilancia) y cómo estas prácticas moldearon el
cuerpo de prisioneros, estudiantes y trabajadores hasta convertirlos en cuerpos
dóciles. En su influyente ensayo, Sandra Bartky critica a Foucault por no darse
cuenta de que las prácticas disciplinarias están marcadas por el género y que,
a través de esa disciplina de género, los cuerpos de las mujeres son moldeados
para ser más dóciles que los de los hombres. Extendiéndose y poyándose en la
explicación de Foucault del poder disciplinario, Bartky analiza las prácticas disciplinarias
que engendran cuerpos específicamente femeninos y dóciles (incluyendo las
dietas, limitaciones en la gesticulación y la movilidad la decoración del cuerpo).
También extiende el análisis de Foucault sobre el Panóptico, el diseño de una
prisión ideal según Jeremy Bentham, un edificio cuya disposición espacial
estaba designada a forzar al preso a vigilarse a sí mismo, convirtiéndose así,
en palabras de Foucault, en “el principio de su propia subordinación”. Con
respecto a las prácticas disciplinarias marcadas por el género, como las
mencionadas anteriormente, Bartky observa que “son las mujeres quienes practican
estas prácticas sobre y en contra de sus propios cuerpos. La mujer que revisa
su maquillaje media docena de veces al día para comprobar que su base no ha
cuajado o que su rímel no se ha corrido, que le preocupa que el viento o la
lluvia puedan estropear su peinado, que mira constantemente sus tobillos por si
las medias se han embolsado, o que, creyéndose gorda, empieza a controlar todo
lo que come, se ha convertido, tanto como el preso de Panóptico, en un sujeto
auto-controlado, comprometido en sí mismo a la implacable vigilancia de sí
mismo. Esta auto-vigilancia es una forma de obediencia al patriarcado.
Como apunta Susan
Bordo, este modelo de auto-vigilancia no muestra adecuadamente todas las formas
de subordinación femenina (demasiado a menudo las mujeres son sometidas a
través de la fuerza física, la coerción económica o la manipulación emocional).
Aun así, Bordo concuerda con Bartky en que “en lo que respecta a las políticas
de apariencia, esas ideas son aptas y reveladoras”. Bordo explica que, en su
propia obra, el análisis de Foucault del poder disciplinar ha sido
“extremadamente útil tanto para mi análisis de las disciplinas contemporáneas
de la dieta y el ejercicio físico como para mi comprensión de los trastornos
alimenticios como producto y reproducción de las prácticas femeninas normativas
de nuestra cultura, prácticas que entrenan al cuerpo femenino para ser dócil y
obediente ante la demanda cultural, y al mismo tiempo ser experimentado en
términos de poder y control”. Bordo también subraya y hace uso de la
comprensión de Foucault de las relaciones de poder como inherentemente
inestables, debido a que siempre van acompañadas e incluso dan lugar a la
resistencia. “Así que, por ejemplo, la mujer que se apunta a un programa de
reducción de peso con el fin de conseguir un cuerpo estilizado podría descubrir
que su nueva musculatura le dan la confianza que le permite mantenerse firme en
el trabajo”.
Mientras que Bartky
y Bordo se centran en la explicación de Foucault del poder disciplinario,
Judith Butler se apoya principalmente en su análisis de la subordinación. Por
ejemplo, en su temprano y enormemente influyente libro, El género en disputa, Butler apunta que “Foucault señala que los
sistemas jurídicos de poder producen los subordinados que a continuación
proceden a representar. Las nociones jurídicas del poder parecen regular la
vida política en términos puramente negativos… Pero
los sujetos controlados por esas estructuras son, por estar subordinadas a
estas, moldeados, definidos y reproducidos de acuerdo con los requisitos de
esas estructuras”. La implicación de esto para las feministas es, según Butler,
que “la crítica feminista también debe comprender cómo la categoría de ‘mujer’,
el sujeto del feminismo, es producida y contenida por las propias estructuras
de poder a través de las que se busca su emancipación”. Esta comprensión
foucaultiana de la naturaleza de la subordinación (en tanto que convertirse en
un sujeto significa al mismo tiempo estar subordinado a las relaciones de
poder) establece las bases de la aguda crítica de Butler de la categorización
de las mujeres, y de su demanda de una representación subversiva de los roles
de género que rigen la producción de la identidad de género. En Cuerpos que importan: sobre los límites
materiales y discursivos del sexo, Butler extiende este análisis para
considerar el impacto de la subordinación en la materialización corporal del
sujeto. Como ella dice: “el poder funciona para Foucault en la constitución de
la materialidad del sujeto, en el principio que forma y regula simultáneamente
el sujeto de la subjetivación”. Por tanto, para Butler, el poder entendido como
subordinación está implicado en el proceso para determinar qué cuerpos
importan, qué vidas son llevaderas y qué muertes son dolorosas. En Mecanismos psíquicos del poder: teorías
sobre la sujeción, Butler se extiende aún más en la noción de sujeción
foucaultiana, introduciéndola en el diálogo con una explicación freudiana de la
psique. En la introducción de ese texto, Butler apunta que la sujeción es una
forma paradójica de poder. Tiene parte de dominación y subordinación: “si, de
acuerdo con Foucault, comprendemos el poder como lo que forma el sujeto, como
el proveedor de la condición misma de su existencia y de la trayectoria de su
deseo, entonces el poder no es simplemente a lo que nos oponemos, sino que
también de lo que dependemos para seguir existiendo y lo que amparamos y
preservamos en los seres que somos”. Aunque Butler reconoce el carácter
fundamentalmente ambivalente de la sujeción, también discute que Foucault no
ofrece una explicación de los mecanismos específicos a través de los que el
sujeto subordinado es formado. Por esto, Butler mantiene que necesitamos un
análisis de la forma psíquica que toma el poder, ya que solo ese análisis puede
revelar que la subordinación está tan fuertemente ligada al poder.
Aunque muchas
feministas encuentran el análisis del poder de Foucault extremadamente
fructífero y productivo, el autor también tiene críticas feministas. En un
influyente y temprano análisis, Nancy Fraser apunta que, aunque la obra de
Foucault ofrece una perspectiva empírica interesante del funcionamiento del
poder moderno, está “normativamente confundido”. En sus escritos sobre el
poder, Foucault evita las categorías normativas, prefiriendo en su lugar
describir la forma en la que el poder funciona en prácticas locales y razonar
la metodología apropiada para estudiar el poder. Foucault sugiere, incluso, que
nociones tan normativas de la anatomía, legitimidad, soberanía, etc., son en sí
mismas consecuencias del poder moderno. Fraser afirma que su intento de
permanecer normativamente neutral o incluso crítico de la normatividad es
incompatible con el carácter político de los textos de Foucault. Por tanto, por
ejemplo, aunque Foucault afirma que el poder va siempre acompañado de la resistencia,
Fraser señala que él no puede explicar por qué la dominación debe encontrar
resistencia: “solo con la introducción de unas nociones normativas concretas
Foucault podría empezar a responder ese tipo de preguntas. Solo con la
introducción de las nociones normativas podría empezar a contarnos cuál es el
problema del régimen moderno poder/conocimiento y por qué debemos oponernos a
él”. Otras feministas han criticado la afirmación foucaultiana de que el sujeto
es una consecuencia del poder; de acuerdo con feministas como Linda Martín
Alcoff y Seyla Benhabib, semejante afirmación implica una negación de la
agencia que es incompatible con las demandas del feminismo como movimiento
social emancipador. Finalmente, Nancy Hartsock pone en cuestión la inutilidad de
la obra de Foucault como herramienta analítica. Hartsock elabora dos argumentos
relacionados entre sí contra Foucault. Primero, argumenta que su análisis del
poder no es una teoría hecha para las mujeres, puesto que no examina el poder
desde el punto de vista epistemológico de las subordinadas; a su parecer,
Foucault analiza el poder desde la perspectiva del colonizador, en lugar del
colonizado. Segundo, el análisis del poder de Foucault no consigue teorizar
adecuadamente las relaciones estructurales de desigualdad y dominación que
subyacen la subordinación de las mujeres; esto está relacionado con el primer
argumento porque “la dominación, vista desde arriba, suele verse como
igualdad”.
Pese a esto y a
otras vigorosas críticas feministas de Foucault, su análisis del poder sigue
siendo una fuente extremadamente útil para las concepciones feministas de la
dominación.
4. El poder como empoderamiento.
Llegado a este
punto, la mayor parte del artículo se ha centrado, al igual que la mayoría de
textos feministas sobre este tema, en el poder como dominación, que es una
forma de “poder sobre”. Sin embargo, un grupo sobre la teorización feminista
del poder comienza con la disputa de que la concepción del poder como “poder
sobre”, dominación o control es masculina. Muchas feministas de trasfondos
teóricos variados han debatido sobre reconceptualziar el poder como una
capacidad o habilidad, específicamente, la capacidad de empoderarse o
transformarse a una misma y a las demás. Por tanto, estas feministas han
comprendido el poder no como “poder sobre”, sino como “poder para”. (Wartenberg
defiende que esta comprensión feminista del poder, a la que llama poder
transformativo, es un tipo de “poder sobre”, pero distinto de la dominación, ya
que busca empoderar a aquellas sobre las que se ejercita la dominación. Sin
embargo, la mayor parte de las feministas que defienden esta concepción
transformativa o empoderante del poder la definen explícitamente como una
capacidad o habilidad y la presentan como una alternativa a las nociones
aparentemente masculinas del “poder sobre”. Por tanto, a partir de ahora, me
referiré a su concepción y no a la de Wartenberg).
Por ejemplo, Jean
Baker Miller afirma que “el análisis de las mujeres sobre el poder puede
aportar nuevas comprensiones del propio concepto de poder”. Miller rechaza la
definición de poder como dominación; en su lugar, la define como “la capacidad
de producir un cambio, es decir, mover cualquier cosa de un punto A o estado A
a un punto B o estado B”. Miller sugiere que el poder comprendido como
dominación es particularmente masculino; desde la perspectiva de las mujeres,
el poder es comprendido de una forma diferente: “es totalmente válido que las
mujeres no quieran usar el poder como se concibe que es usado ahora. Por el contrario,
las mujeres puedan querer ser poderosas en formas en que el poder de los otros
se vea aumentado y no disminuido simultáneamente”.
De forma similar,
Virginia Held argumenta en contra de la concepción masculina del poder como “el
poder para someter a otros a la voluntad de uno, el poder que llevó a los
hombres a buscar el control jerárquico y la coacción contractual”. Held
entiende las experiencias únicas de las mujeres como madres y cuidadoras como
las bases de una nueva perspectiva respecto al poder: “la capacidad de dar a
luz, de criar y empoderar podrían ser las bases de concepciones nuevas y más
humanamente prometedoras que las que prevalecen ahora sobre el poder, el
empoderamiento y el crecimiento”. De acuerdo con Held, “el poder maternal de una
persona para empoderar a otras, de acoger el cambio transformativo, es un tipo
de poder diferente al que habla de una espada más fuerte o de una voluntad
dominante”. Según Held, un análisis feminista de la sociedad y de la política
conlleva una comprensión del poder como la capacidad de transformarse y
empoderarse a una misma y al resto.
Esta concepción del
poder como transformativo y empoderador es también un tema prominente en el
feminismo lésbico y en el ecofeminismo. Por ejemplo, Sarah Lucia Hoagland es
crítica con la concepción masculina del poder que se centra en “la autoridad
estatal, policial y de las fuerzas armadas, el control de los recursos
económicos, de la tecnología y la jerarquía y la cadena de mando”. En su lugar,
Hoagland define el poder como el “poder desde dentro”, que comprende como “el
poder de habilidad, decisión y compromiso. Es creativo, y por tanto es un poder
conmovedor y transformador, pero no controlador”. De forma similar, Starhawk
defiende que ella está “de lado del poder que emerge desde dentro, que es
inherente a nosotras como el poder de crecer es inherente en las semillas”.
Tanto para Hoagland como para Starhawk, el “poder desde dentro” es una fuerza
positiva, reafirmante y empoderante que se pone en pie en contraste con el
poder comprendido como dominación, control o la imposición de la voluntad de
uno sobre otro.
Una comprensión
similar del poder puede encontrarse en la obra de las prominentes feministas
francesas Luce Irigaray y Hélène Cicoux. Irigaray, por ejemplo, insta a las
feministas a cuestionar la definición del poder en las culturas falocráticas, puesto
que si las feministas “buscan simplemente un cambio en la distribución del
poder, dejando intacta la estructura de poder en sí misma, estarán volviendo a
auto-subordinarse, deliberadamente o no, a un orden falocrático”, es decir, a
un orden discursivo y cultural que privilegia lo masculino, representado por el
falo. Si deseamos subvertir el orden falocrático, según Irigaray, deberemos
rechazar “una definición del poder del tipo masculino”. Algunas feministas han
interpretado la obra de Irigaray sobre la diferencia sexual como sugerencia de
una concepción alternativa del poder como poder transformativo, una concepción
que no se basa en lo femenino. De forma similar, Cicoux afirma que “los poderes
de la mujer” no consisten en dominar o ejercitar el poder sobre otros, sino que
son una forma de “poder sobre sí misma”.
Nancy Hartsock llama
a la comprensión del poder “como energía y aptitud y no como dominancia” la “teoría
feminista del poder”. Hartsock defiende que los antecedentes de esta teoría pueden
encontrarse en la obra de algunas mujeres que no se consideraron a sí mismas
feministas (la más notable, Hannah Arendt, cuyo rechazo del modelo
mandato/obediencia del poder y la definición del poder como “la habilidad
humana no solo de actuar, sino además de actuar conscientemente” coincide con
la concepción feminista del poder como empoderamiento. La definición del poder
de Arendt saca a relucir otro aspecto de la definición de poder como
empoderamiento, ya que se centra en el empoderamiento colectivo. Este aspecto
del empoderamiento está claro en la distinción de Mary Parker Follett entre “poder
sobre” y “poder con”; para Follett, el “poder con” es una habilidad colectiva y
función de las relaciones de reciprocidad entre los miembros de un grupo. Hartsock
señala que el tema del poder como capacidad o empoderamiento ha sido prominente
sobre todo en la obra de mujeres que han escrito sobre el poder. A su parecer,
esto nos conduce en la dirección de una postura feminista que “debería
permitirnos comprender por qué la comunidad masculina creó el poder como
dominación, represión y muerte, y por qué las explicaciones del poder aportadas
por mujeres difieren en formas específicas y sistemáticas de aquellas aportadas
por hombres. Semejante postura podría permitirnos postular una comprensión del
poder que apunta en direcciones más liberadoras”.
5. Conclusiones.
Como se ve en el artículo, existe una gran variedad de perspectivas feministas sobre el poder. Si es cierto, como afirmé al principio, que el poder es un concepto central en la teoría feminista, la rica variedad de obras feministas sobre este tema no debería ser sorprendente. Aun así, todavía queda mucho trabajo por hacer. Por ejemplo, las concepciones feministas de la dominación deben redefinirse continuamente a la luz de cada una de las circunstancias de cambio social, cultural e histórico que el concepto busque iluminar. Por ahora, debemos refinar nuestra comprensión de la dominación para poder aplicarla a las cuestiones surgidas en base a la globalización. Con respecto al empoderamiento, el desafío que se plantean las feministas es re-pensar este concepto evitando las discutibles concepciones esencialistas de la feminidad, es decir, concepciones que presuponen una esencia femenina universal. También se debe dilucidar la relación entre lo individual y lo estructural, con respecto a la dominación y al empoderamiento. Finalmente, se debe superar el conflicto en las obras feministas entre aquellas que definen el poder como dominación y quienes lo definen como empoderamiento. No ha habido suficiente obra como para intentar integrar estas dos concepciones del poder. Si queremos conseguir estos y otros avances teóricos, las feministas deberán dedicar más tiempo a debatir explícitamente y defender las concepciones del poder que hasta ahora han estado enormemente implícitas en sus obras.