Autoría de la ilustración desconocida.
La economía se entiende como una ciencia desde el siglo XVIII. Ya entonces, se metía dentro del saco económico todo aquello que implicara la gestión y producción de bienes y servicios. Es decir, se tenía en cuenta el trabajo remunerado y el no remunerado. Sin embargo, con el paso del tiempo (y el ingreso del capitalismo en la sociedad), empieza a enmarcarse como economía todo aquello que influye en el flujo monetario, olvidando así el trabajo no remunerado. Es entonces cuando se crea una división sexual entre la producción y la reproducción.
Por producción entendemos todo aquel trabajo remunerado que, por ende, contribuye al movimiento del dinero y queda registrado dentro de la economía. Este tipo de trabajos —que conllevan un salario, compra-venta de productos, la deuda, la prima de riesgo...— han estado históricamente asignados a los hombres. Por otro lado, está la reproducción. La reproducción consiste en el trabajo no remunerado que, sin embargo, mantiene y reproduce los bienes y servicios básicos para la supervivencia de la especie humana —economía de cuidados y economía ecológica—. Al no estar valorado económicamente, pasa a ser invisible, y las personas que lo ejercen —la mayor parte de las veces, mujeres— quedan apartadas de la seguridad y los derechos que les corresponderían.
Si situáramos estos dos tipos de trabajo en un iceberg, la parte visible sería la producción y la invisible, la reproducción. Tomando este esquema como referencia, es fácil observar que la producción sería insostenible sin la reproducción, puesto que las mujeres ahorran a los hombres el tiempo que deberían dedicar a las actividades básicas, que ahora dedican al resto de ejercicios productivos.
Podemos decir que este "ahorro del tiempo" es, en realidad, una liberación del tiempo. Las mujeres, al ser relegadas a todas las tareas reproductivas, liberan el tiempo que los hombres deberían dedicar a estas, y así ellos pueden centrarse en el trabajo productivo.
La división —producción/reproducción— sexual —hombres y mujeres, respectivamente— que se genera, es problemática por varias razones.
En primer lugar, esta división afecta distintamente según el género y por supuesto está construida en base a las desigualdades entre mujeres y hombres. De este modo, a las mujeres les corresponde el ámbito privado y a los hombres, el público.
No es casualidad que el ámbito público pertenezca a los hombres y las mujeres queden atrapadas en el ámbito privado. Esto nos lleva al segundo problema: el trabajo productivo, desempleado en espacios públicos, es remunerado; mientras que el reproductivo, en espacios privados, no. Así, el poder se concentra en manos de los hombres, puesto que son ellos quienes tienen acceso absoluto al trabajo productivo.
A día de hoy, muchas mujeres también tienen acceso al mercado productivo. Sin embargo, al terminar su jornada laboral, las tareas domésticas no desaparecen, y estas suelen corresponderles en mayor proporción que a los hombres. Por lo tanto, deben combinar producción y reproducción, quedándose sin tiempo para sus propias vidas. Aun así, sigue habiendo mujeres cuya actividad laboral se reduce completamente al ámbito doméstico y esto nos lleva al tercer problema.
El trabajo remunerado legalmente está regulado y ofrece al trabajador una serie de derechos laborales y seguridad social. Sin embargo, el trabajo reproductivo, al no estar remunerado, implica que las trabajadoras carecen de seguridades, derechos y reconocimiento; pudiendo encontrarse en situaciones precarias, de explotación y de dependencia económica.
Lo que propone la Economía Feminista no es remunerar el trabajo reproductivo ni socializar el ámbito privado (casa, hijos, cuidados...), sino repartir de manera equitativa los tiempos y los trabajos. Es decir, reorganizar el consumo y la producción entre mujeres y hombres de forma que el tiempo dedicado a estos y la renta obtenida sean ecuánimes para ambos. Además, sitúa en el foco de la economía la vida y no el capital, de manera que la vida de las personas, y no tanto el beneficio económico, sea el interés principal.
-Luna.
Podemos decir que este "ahorro del tiempo" es, en realidad, una liberación del tiempo. Las mujeres, al ser relegadas a todas las tareas reproductivas, liberan el tiempo que los hombres deberían dedicar a estas, y así ellos pueden centrarse en el trabajo productivo.
La división —producción/reproducción— sexual —hombres y mujeres, respectivamente— que se genera, es problemática por varias razones.
En primer lugar, esta división afecta distintamente según el género y por supuesto está construida en base a las desigualdades entre mujeres y hombres. De este modo, a las mujeres les corresponde el ámbito privado y a los hombres, el público.
No es casualidad que el ámbito público pertenezca a los hombres y las mujeres queden atrapadas en el ámbito privado. Esto nos lleva al segundo problema: el trabajo productivo, desempleado en espacios públicos, es remunerado; mientras que el reproductivo, en espacios privados, no. Así, el poder se concentra en manos de los hombres, puesto que son ellos quienes tienen acceso absoluto al trabajo productivo.
A día de hoy, muchas mujeres también tienen acceso al mercado productivo. Sin embargo, al terminar su jornada laboral, las tareas domésticas no desaparecen, y estas suelen corresponderles en mayor proporción que a los hombres. Por lo tanto, deben combinar producción y reproducción, quedándose sin tiempo para sus propias vidas. Aun así, sigue habiendo mujeres cuya actividad laboral se reduce completamente al ámbito doméstico y esto nos lleva al tercer problema.
El trabajo remunerado legalmente está regulado y ofrece al trabajador una serie de derechos laborales y seguridad social. Sin embargo, el trabajo reproductivo, al no estar remunerado, implica que las trabajadoras carecen de seguridades, derechos y reconocimiento; pudiendo encontrarse en situaciones precarias, de explotación y de dependencia económica.
Lo que propone la Economía Feminista no es remunerar el trabajo reproductivo ni socializar el ámbito privado (casa, hijos, cuidados...), sino repartir de manera equitativa los tiempos y los trabajos. Es decir, reorganizar el consumo y la producción entre mujeres y hombres de forma que el tiempo dedicado a estos y la renta obtenida sean ecuánimes para ambos. Además, sitúa en el foco de la economía la vida y no el capital, de manera que la vida de las personas, y no tanto el beneficio económico, sea el interés principal.
-Luna.
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