#Incel | María Astigarraga

Por María Asti - junio 08, 2018



No quiero creerlo. 

No quiero creerlo, pero es cierto e ignorarlo no lo va a hacer desaparecer. No visibilizarlo, no hablar de ello no va a cambiar nada. Guardar la mierda bajo la alfombra no es la solución. Pero, ¿cómo salimos de esta?

Hoy he estado un par de horas al móvil, leyendo varios hilos de Twitter y artículos insertados. Mi cuerpo ha experimentado un ciclo por muchas emociones distintas: las náuseas han dejado paso a la tristeza, que ha destapado una profunda ira. Después, todo ha sido miedo y de ahí, ha venido la rabia. Y vuelta al miedo.

Todo ha empezado con un tweet que incluía una captura de otro tweet, publicado unos días antes por parte de una cuenta espeluznante. En él, el hombre en cuestión afirmaba que “Cuando un hombre sufre por falta de sexo, solo tiene la opción de pagar, sufrir o violar” y que “por desgracia muchos no tienen autocontrol y deciden violar”, para después cerrar el tweet diciendo que se podrían evitar estas violaciones si “el Estado pusiera medios o si las mujeres no fueran tan exigentes”.

Después busqué el perfil y bajé hasta la fecha del tweet, para leer el hilo entero. Si tenéis estómago, leed los tweets que se enmarcan en el hastag #incel, término que se ha empezado a escuchar más a raíz del post del conductor que presuntamente protagonizó el atropello múltiple de Toronto hace unas semanas, asesinando a 10 personas e hiriendo a otras 15. En su Facebook, escribió: “¡La Rebelión Incel ya ha comenzado! Derribaremos a todos los Chads y Stacys. Ave Supremo Caballero Elliot Rodger”. (Elliot Rodger protagonizó en 2014 un atropello múltiple en California, matando a 6 personas e hiriendo a otras 13, suicidándose después. Dejó varios vídeos, además de un largo manifiesto en el que se mostraba frustrado por su virginidad, culpaba a las mujeres y justificaba sus acciones como venganza por los rechazos recibidos.)

Incel es un término que significa “involuntary celibate” (en inglés), y podría traducirse como “célibe involuntario”, es decir, a quienes llevan un tiempo sin mantener relaciones sexuales con otras personas a pesar de intentarlo. Aunque su origen se encuentra en una mujer, que al parecer quiso crear hace más de 20 años una web que sirviera como refugio para corazones solitarios, en algún momento desde entonces un grupo de hombres, tremendamente misóginos, redefinieron el término y construyeron todo un discurso de odio hacia las mujeres en torno a él. Otros de los términos que manejan son “Chads” o “Stacys” (como vemos en el post), que definen a aquellos hombres atractivos que se relacionan con mujeres y a las mujeres que mantienen relaciones con Chads, rechazando a los Incel, respectivamente.

En el seno de una sociedad hipersexualizada, la masculinidad se apoya especialmente en la imagen del macho seductor, muy activo sexualmente, conquistador nato… estándares no siempre alcanzables. Además, estos hombres, los Incel, han nacido, como el resto del mundo, en el marco de una sociedad patriarcal que les otorga una posición de poder con respecto a las mujeres, a las que conciben como meros objetos que deben satisfacer sus deseos. Cuando las mujeres se niegan a hacerlo, hacen temblar su autoestima, asentada sobre su superioridad y los privilegios que corresponden. Como ya sabemos, la masculinidad es frágil: en seguida el macho se siente ofendido por una negativa y se despiertan en él sentimientos como la frustración o la rabia.

El problema de base reside en concebir el sexo como un derecho, en vez de como un deseo y, más concretamente, como un deseo que los hombres tienen derecho a que las mujeres satisfagan. Durante tweets y tweets leí cómo diferentes cuentas hablaban de la sexualidad masculina y del sufrimiento que puede provocarle a un hombre no mantener relaciones sexuales durante un tiempo. No leí sobre nosotras, no somos sujeto en la historia, no va con nosotras activamente. Pero sí leí que si se regulara la prostitución y se hiciera más asequible se reducirían las violaciones; es decir, si se permitiera a los hombres pagar por el acceso a los cuerpos de las mujeres cuando les viniera su “irrefrenable impulso sexual” no se verían en la situación de buscarlos por sí mismos y emplear su fuerza si es necesario.

Así, volvemos a ver cómo se plantea el deseo masculino como un impulso irrefrenable y que las relaciones sexuales son un derecho civil (aunque en su discurso parece más bien un derecho exclusivamente masculino). Conclusión: hay violaciones porque, como decía el primer tweet, las mujeres somos muy exigentes. Y claro, el hombre que ha sido rechazado puede no ser capaz de controlarse y violar o matar para follar o por no haberlo hecho. Pero, ¿dónde queda en vuestro discurso nuestro deseo? y lo que es más importante aún, ya que parece que les gusta hablar en clave de derechos, ¿dónde quedan los nuestros?

Las mujeres también tenemos deseos sexuales y si os preocuparais más por satisfacerlos que por odiarnos por no satisfacer los vuestros, otro gallo cantaría. Pero en el marco de la cultura patriarcal, se culpa a las agredidas de sufrir agresiones, declarando que el problema parte de la excesiva exigencia de las mujeres.

Y, sorpresa sorpresa, las mujeres también tenemos derechos. Tenemos derecho a no mantener relaciones sexuales con vosotros y tenemos derecho a que respetéis nuestra decisión. Tenemos derecho a que se respete nuestra integridad y dignidad. Y, sorpresa  sorpresa, si no lo hacéis estáis cometiendo un delito y sois unos agresores.

No quiero creerlo, pero es cierto e ignorarlo no lo va a hacer desaparecer. No visibilizarlo, no hablar de ello no va a cambiar nada. Guardar la mierda bajo la alfombra no es la solución. Pero, ¿cómo salimos de esta? Como de otras muchísimas cosas, mediante la educación: una educación sexual efectiva, que ponga el deseo (y no solo el consentimiento) en el centro, como condición indispensable; una educación con perspectiva de género, que luche contra la cosificación de las mujeres como objetos sexuales, satisfactoras del placer masculino; una educación que enseñe a quienes agreden a no hacerlo, en vez de hacer cargar a la agredida con la responsabilidad de lo ocurrido y cuestionarla; en definitiva, una educación centrada en la prevención y no en la precaución y el miedo, que desmonte los cimientos sobre los que se asienta la cultura patriarcal.


María Astigarraga nació en 1999 en Bilbao, pero actualmente vive en Madrid. Empezó a formarse en feminismo cuando estaba en Bachillerato, en el Colectivo Feminista de su instituto.

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