Por qué | María Asti

Por María Asti - abril 02, 2017

Ilustración por Hsiao Ron Cheng.


Creo que está bien empezar por el principio, con un “hola” o un “buenos días”; y si queremos luchar, creo que lo primero es saber los motivos.


¿Por qué lucha el feminismo? Vayamos a los manuales, a la teoría… El feminismo lucha por la liberación de la mujer.


Me encanta lo de “liberación”, suena a libertad, suena a quitarme las cadenas que me mantienen presa, que me oprimen y me impiden volar.


No se busca la igualdad, sino que ésta es una consecuencia de la liberación.


Cuando pueda proyectarme al mundo como él y decidir sobre mi cuerpo, mi vida y mi cama, entonces empezaré a ser libre; entonces podremos hablar de igualdad.


No tenemos que irnos a países lejanos, donde las mujeres sufren en ambientes opresivos y hostiles. No hay que mirar tan lejos para ver machismo y detectar las consecuencias del patriarcado. El patriarcado es un mal bicho, es el sistema económico, político, social, sexual y cultural que se basa en la opresión por parte del hombre a la mujer.


Y sí, he dicho del hombre a la mujer. Como en toda opresión, tenemos un eje de opresión y dos polos: hombres y mujeres, agresores y víctimas, opresores y oprimidas. Creo que conviene señalar que las mujeres no podemos ser machistas porque no pertenecemos al polo opresor. Sin embargo, sí podemos estar alienadas; es decir, no ser conscientes de la opresión que sufrimos e incluso perpetuarla contra nosotras mismas y contra las demás compañeras. No podemos olvidar que crecemos en una sociedad patriarcal, bebemos de sus valores y enseñanzas y desarrollamos actitudes machistas. El feminismo es para mí un complicado y largo proceso de deconstrucción, de señalar y reconocer en cada una estas actitudes para evitarlas a toda costa.


Me he ido un poco del tema, pero si empiezo a pensar en opresión hacia las mujeres no paran de asaltarme ejemplos. El más claro puede ser la violencia de género. Los asesinatos y violaciones son graves problemas que debe afrontar y erradicar nuestra sociedad. Pero las cosas no acaban ahí, ojalá se tratase de señalar al violador o al asesino. La opresión empieza mucho antes, muuuuucho muuuucho antes y se manifiesta de forma más sutil, no tan abiertamente como los moratones.


Hablemos de lo que aprendemos en casa, con la familia. Nuestro entorno familiar condiciona en gran medida nuestra forma de ver el mundo ya que vemos en nuestra madre y nuestro padre modelos de conducta. Por eso es absolutamente imprescindible que cambiemos las cosas desde dentro. Mamá no tiene que ser una superheroína capaz de cumplir con su jornada laboral en el trabajo (remunerado, pero menos que el de un hombre) y otra en casa, con las labores domésticas y el cuidado de las niñas. Pero parece que nuestra liberación económica y nuestra entrada al mundo laboral no ha supuesto sino la entrada de otro sueldo y no una reestructuración del trabajo en casa.


Por otro lado, hablemos de cómo el patriarcado nos afecta desde pequeñas, ya sea en el colegio o en el parque. Me apenan los graves conflictos personales que puede tener una niña (no lo he aclarado antes pero voy a hablar en femenino, ya explicaré el por qué en otra ocasión)porque le gusten actividades o juguetes que no se consideren acordes con su sexo biológico. Odio las imposiciones y, llamadme loca, pero creo que no me equivoco si digo que se siguen escuchando frases como “no hagas esto, es de chic-s”. También echo en falta mujeres en los libros de textos, ni que no hubiéramos existido a lo largo de la historia o no hubiéramos colaborado en el progreso de las Artes y las Ciencias. Que hemos tenido menos facilidades para desarrollarnos profesional y artísticamente, sí. Que no haya mujeres a señalar en los miles de años que llevamos en el planeta, no. Conocer la historia de estas mujeres nos ayudaría a imaginarnos a nosotras mismas como pintoras, compositoras, filósofas o científicas, de ahí la gran importancia de contar con buenos modelos.


El patriarcado inunda cada aspecto de nuestras vidas. Pensemos en el lenguaje. Podéis decirnos que exigir una revisión del lenguaje es atentar contra la cultura y la tradición, contra nuestra lengua. Decídnoslo, adelante. Pero vuestro diccionario no sigue el orden alfabético, porque aparece antes “alto” que “alta”. Por no hablar de las acepciones de algunas palabras, totalmente degradantes para las mujeres (sexo débil, zorra, perra…). Me da pena la incapacidad de rectificar y de hacer autocrítica. La incapacidad de ver que hay un fallo en el sistema, su representación de forma evidente y aún así negarlo y esconderse. No consiste únicamente en doblar todos los sustantivos para incluir el femenino en los discursos, sino utilizar más sustantivos colectivos o abstractos, que no hacen diferencia de género y, sobre todo, me gustaría que los chicos no se sintieran excluidos en un "todas" ante mayoría de mujeres, igual que yo he aprendido a creerme incluida en sus plurales. Utilizando el inclusivo en mi cabeza y poco a poco en conversaciones o escritos reclamo el reconocimiento de nuestro género. No os imagináis lo bien que suenan las cosas en femenino. Por otro lado, me parece importante ir apartándonos de expresiones como “es un coñazo” o “es la polla”, en las que sin darnos cuenta asociamos lo femenino con lo aburrido y malo y lo masculino con lo bueno y divertido.


Y la verdad es que me parece casi mal quedarme aquí y no seguir con el análisis de cada una de las sutilezas mencionadas y por mencionar, pero solo quería intentar enseñar por qué es importante luchar, por qué es importante el feminismo en nuestro día a día. Aquí y ahora.

M-

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